Arte y patrimonio
Iglesia
Orígen y patrocinio
No se sabe con exactitud la fecha en la que se construyó la iglesia, probablemente finales del siglo XV y principios del XVI. Su patrocinador fue don Fadrique Álvarez de Toledo, segundo Duque de Alba, esposo de doña Isabel de Zúñiga de Pimentel, hija del Duque de Arévalo, de Plasencia y de Béjar, y que inició su mandato en 1488 y finalizó en 1531, por lo que las obras de edificación del templo se debieron realizar dentro de ese periodo. Tenemos datos documentados que las tribunas se labraron en los años 1550/1552, y se culminaría la obra con la colocación del artesonado.
Arquitectura y planta
Se trata de un monumento enorme de muros de sillería bien labrados, con dos ventanas rasgadas, estrechas, que iluminan su interior. Los ábsides dan cara al oriente y la torre, a occidente, posición del templo que simboliza la vida y la muerte: el origen y el fin de la vida humana.
Su interior presenta una panorámica amplia, que nos permite contemplar el altar y su culto desde cualquier rincón de la iglesia u otro elemento, por lo que se define de “planta de salón”. Y esta característica de nuestra iglesia se debe a la singularidad de la presencia de los dos arcos escarzanos, desiguales y muy atrevidos, que dividen la iglesia en tres naves sin necesidad de utilizar columnas y pilares en los que apoyarse. Una verdadera obra de arquitectura, que asombra a propios y extraños, y aún más, cuando se les informa de la longitud de cada uno de ellos: 21,50 metros, el próximo a la entrada principal; y 20,50, el de la trasera.
Se apoyan en las pilastras, que separan las tres capillas, en la cabecera; y, en las que limitan los tres tramos de la tribuna, a los pies. Caminan adornados con las características bolas hispano flamencas, que, igualmente, se repiten en la cornisa por la parte superior del arco.
Capilla del altar mayor
Si dirigimos nuestra vista hacia adelante, nos tropezamos con las tres capillas: la Mayor, profunda, que da entrada un arco escarzano, que recibe el nombre de Toral, ornado con bolas, y se apoya en dos grandes columnas adosadas, con base alta y lisa, fuste y capitel; y rematada, en su parte exterior, por un ábside semicircular, reforzado con dos estribos laterales, que contrarrestan el empuje de su bóveda de crucería y terceletes, en cuya clave, figura el escudo del Duque.
Capilla del Cristo de los Misereres (lado puerta trasera)
La capilla del Cristo de los Misereres, introducida por un arco algo apuntado, abrazada por un ábside también semicircular, poco profundo, y fortalecido por estribo, y cubierta por bóveda también de crucería. (El espacio comprendido entre los dos ábsides y sus estribos fue aprovechado para construir la sacristía nueva).
Capilla de Nuestra Señora del Rosario (lado entrada principal)
A la capilla de Nuestra Señora del Rosario, le da entrada un arco escarzado, apoyado en repisas, con su ábside semicircular, que abraza el retablo de la Virgen, bajo bóveda de crucería, propia del estilo gótico.
Con estas pinceladas, queremos certificar que nuestra iglesia, en lo concerniente a su arquitectura, es un edificio de estilo gótico (arco apuntado u ojival y bóvedas de crucería) y hispano flamenco, con la decoración de sus arcos escarzanos mediante las bolas, típicas de este estilo.
Tribuna
La tribuna es la joya del templo. Esta obra maravillosa tardó en esculpirse dos años: 1550 a 1552; y trabajaron, en ella, entalladores musulmanes, y renacentistas, dirigidos por los maestros, Pedro Sánchez, Juan de Carmona y Sebastián García; y un tornero, que hizo las rejas de la balaustrada de la tribuna, por encargo de los maestros, y cobró, por su trabajo, mil ciento cuatro maravedís; los tres artistas percibieron setenta y un mil novecientos sesenta y dos maravedís; en madera gruesa para labrar las vigas y en menuda, se emplearon diecinueve mil cuatrocientos cincuenta y seis maravedís.
El tramo correspondiente a la nave central, muestra ocho racimos de mocárabes: dos estrellados y el resto, octogonales. Todo conserva el color negruzco de la madera, oscurecida esta por los años y por el humo de los cirios; pero esta maravilla se completa con el detalle de la cornisa renacentista y la magnífica decoración de la viga.
Toda la viga es un desordenado desfile, en el que participa la más compleja variedad de seres naturales, humanos y espirituales: jarrones, tabernáculos, máscaras, cabezas de serafines alados, una calavera alada, una cabeza de toro, jarrones de los que salen figuras humanas, un medallón con una cabeza de carnero, niños a caballo o en carros, escudos, medallones con los bustos de san Pedro y san Pablo: en las esquinas: los bustos de David y de Moisés.
En el tramo central, en su mitad, aparecen dos tenantes, sujetando el escudo de la Virgen del Castillo, compuesto por un jarrón de azucenas y un castillo, Patrona del templo parroquial;
En el friso, hay una serie de cabezas de serafines alados, que se miran, alternativamente, y, sobre ellos, pende una hermosa cornisa de mocárabes, sobre los que descansa la viga que ensambla la balaustrada.
El artesonado resulta ser una obra magnífica de la carpintería morisca. Está todo entallado y henchido de lacerías, que forman caprichosas estrellas y pentágonos entrelazados; el centro de cada dibujo lo ocupa una gran flor.
Ermita
La Virgen tenía más simpatías que Santa Ana. Su fiesta estuvo, de siempre, rodeada de gran solemnidad. Se la veneraba no solo en Macotera, sino que también tenía grandes devotos en los pueblos cercanos, que asistían, en romería, a honrar a la Virgen el 8 de septiembre.
Los actos religiosos se celebraban durante tres días, entre vísperas, misa, procesión y devociones personales. Los peregrinos traían ajuares y viandas suficientes para los tres días, que duraban los ritos; la Virgen poseía una alameda de 112 pies de negrillo, cercada de tapia, y era aprovechada por los peregrinos para tomar su merienda y descansar en los ratos libres entre los distintos oficios religiosos; la dormida la realizaban en la misma ermita; costumbre considerada por el Visitador como una indecencia, y ordenó que se construyese una casa para los peregrinos; terreno había, pues la ermita estaba rodeada de una gran plataforma; se abrió una puerta en la pared, que mira al naciente, y que se conservó, hasta que se edificó el nuevo recinto, como acceso a la casa, después, al cementerio. La vivienda contaba con dos dormitorios hermosos: uno, para acoger a las mujeres, y el otro, a los hombres, y una amplia cocina-comedor. La puerta sólida, de buena madera, con umbral y dintel de piedra, en su mitad superior, quedaba libre para colocar unos barrotes, para que el personal pudiese practicar sus rezos desde la casa, cuando la ermita estuviese cerrada al culto.
Hay otros muchos datos que aportar sobre la ermita de la Virgen de la Encina, pero aquí se ha querido hacer hincapié en este apunte, para dar a conocer la gran devoción que sintieron por la Virgen las gentes de los pueblos de nuestro entorno; en 1807, en su explanada, se construyó el cementerio; la edificación de la nueva ermita se llevó a cabo en 1971/72.
Ermita del cristo
Es una de las cinco ermitas que tuvo Macotera en la antigüedad, y que aún se mantiene en pie junto con la ermita de la Virgen de la Encina. Se encuentra a la salida del pueblo hacia Tordillos. Hoy forma parte del casco urbano, pero, antaño, se hallaba separada del mismo quinientos pasos. Su estructura era la habitual en su tiempo: adobe, techo de madera y teja castellana; pero, como le sucedió a la ermita de Santa Ana, hubo que repararla, pues amenazaba ruina. En septiembre de 1825, el señor Obispo ordenó se adecentara interior y exteriormente y, además, mandó enterrar las imágenes que hay en ellas, “por su fealdad e indecencia”.
Un siglo después, en 1926, hubo que reformarla de nuevo; en esta ocasión, se forraron las paredes de adobe con muros de ladrillos y se le dio la fisonomía actual; el tejado fue sustituido por teja plana, se han embellecido sus alrededores con parterre y la plantación de árboles y la colocación de asientos.
Preside el altar una talla del Cristo de las Batallas, bastante interesante, que data del siglo XVII.
En esta ermita se celebraban, con toda solemnidad, los cultos del día de la Cruz: el 3 de mayo y el 14 de septiembre, hasta que se hizo cargo de la organización de la fiesta la mayordomía de la Cruz, que, en este caso, el culto se hacía en la iglesia por falta de espacio. Actualmente, conserva su plantel de mayordomas, que se encarga de la limpieza, del mantenimiento del recinto y de tocar la campana en la mañana, al atardecer y por la noche, a la hora del rosario.
Antaño, durante los viernes de Cuaresma, se bajaba en procesión desde la iglesia, entonando cantos y salmos penitenciarios, y, una vez allí, se recitaban los salmos del “Miserere”; después, se retornaba a la iglesia por la calle del Cristo, razón por la que, a esta vía pública, se la bautizase con el nombre de Cristo.
Se sigue con la costumbre del ritual del Viernes Santo: se rezan unos salmos mientras los nazarenos, con la cruz acuesta, hacen un pequeño descanso. Ya que hablamos de nazarenos, muchos jóvenes se comprometían a llevar la cruz en el santo Entierro, en agradecimiento al Santo Cristo, porque les había librado del servicio militar o habían salido ilesos de todos los peligros en su vida de campaña.
El cerro
Se conoce como el cerro (Cerro de la Cruz) al paraje situado por la entrada norte del pueblo, en lo alto del mismo, donde se ubican los monumentos del Sagrado Corazón de Jesús y de María.
Quien se aproxima a Macotera, desde Peñaranda, divisa, desde lejos, la silueta erecta del monumento. Quien se acerca y mira detenidamente, ve un gran pedestal y, encima, una estatua, que se encuentra adosado a la base de la mesa granítica de un altar: Es este el Sagrado Corazón de Jesús. No lejos de él, una imagen más pequeña, la del Corazón de María.
Y si profundizamos más, nos adentramos en el sentido de la pieza y buscamos el porqué se levantó un monumento al Corazón de Jesús en Macotera y hallamos la respuesta en la religiosidad popular.
Las personas mantenemos unas relaciones de vecindad, de amistad, de amor… y esos sentimientos los manifestamos con unos signos externos: el saludo, el abrazo, el juntarse a comer… En la vida religiosa, el hombre necesita de unos símbolos religiosos, como expresión visible de esa vivencia interna con Dios.
Cuando don Clemente Sánchez, sacerdote operario, concibe la idea de levantar en Macotera el monumento al Sagrado Corazón de Jesús, intenta propagar, entre sus paisanos, la devoción al Corazón de Jesús, que adquiere una fuerza singular en la década de los cuarenta. Para hacer realidad el proyecto, reúne en Salamanca, el 11 de mayo de 1946, a una veintena de sacerdotes macoteranos. Se organizaron así comisiones de trabajo para comenzar e impulsar dicha actividad, examinando los distintos bocetos del monumento del Corazón de Jesús.
El diseño elegido fue el presentado por el joven macoterano, Rafael Salinero. Según el diseño de Rafael, el pedestal ha de disponer de una altura de 16 metros, y la imagen de 4. El material del pedestal y escalinata será de piedra de granito, que se extrajo de la dehesa de Zarza, propiedad de Marqués de Albayda. De transportar los bloques de piedra, se encargaron los labradores del pueblo, que realizaron 150 viajes con sus yuntas. Los niños de la escuela comprometieron a recoger cantos y piedras rodadas por las fincas aledañas, que, después se utilizaron para rellenar el espacio ahuecado del pedestal. La obra se sufragó el dinero de las distintas colectas, que organizaron en el pueblo y las aportaciones que llegaron de todo el país y de los macoteranos ausentes.
La imagen, de mármol, fue labrada por el escultor salmantino, don Daniel Villar González, quien percibió por su trabajo 45.000 pesetas.
Con todo el boato y solemnidad, el 10 de junio de 1949, fue bendecido e inaugurado el Monumento al Sagrado Corazón por el Arzobispo de Valladolid, don Antonio García García, y en presencia de las autoridades religiosas y civiles de la provincia, de todo el pueblo y de personas, llegadas de los pueblos vecinos.